Diario de un Garridense IV

     Tenía 19 años, primer año de facultad. Mis abuelas, muertas y sin un puto duro en el bolsillo. No tenía ni para el pincho con la caña (cosa para mi sagrada). Por ese motivo un compadre y yo nos embaucamos en una aventura que nos transformo en hombres. Decidimos ir a la costa española en busca de fortuna, currada y sudorosa fortuna.

     Nos plantamos en Barcelona casi sin pensarlo. Habíamos conseguido curro en un restaurante, en  L´Scala…un pueblo donde Cristo perdió el chaleco. No aparecía ni en el mapa. No conseguimos enlazar con el bus que iba al pueblo asi que, eran las 9 de la noche y nos encontrábamos en la estación de Sant´s, sin techo donde dormir…

Entre mi colega y yo juntábamos 230 €. Decidimos darnos la fiesta de nuestras vidas. Llamamos a nuestros viejos para decirles que ya habíamos llegado al restaurante (creo que nunca supieron la verdad). Aquel dinero era para aguantar un mes, hasta que cobráramos y nos pulimos 180 €. Recuerdo los jugares, las terrazas al lado del mar, niñas pijas catalanas con pendientes de perla blanca, copas a diez pavos…a las 9 de la mañana no sabía si era yo o un atapado de Garrido.

Acabamos llegando a l´scala sobre las 11 de la mañana, después de que hubiera hecho para al chofer para vomitar. Cuando llegamos al restaurante conocí a una de las mejores personas que e visto en mi vida: mi jefe Ramón.

- Hay dos curros…paellero o friegaplatos.

- A mí me gusta el agua, dijo mi colega.

- Bueno pues tú paellero, tu tranquilo que yo te enseño, dijo Ramón.

Creo que no llegué a articular palabra y a partir de aquel día comenzaron una serie de hazañas irrepetibles para un garridense, que contaré en otro momento, (como cuando me convertí en el mayor ladrón de bicicletas de todo el pueblo).