jueves, 28 de octubre de 2010

Bombas fétidas

     ¿Quién no ha tirado una de esas cápsulas con un líquidillo amarillo? ¿Quién no ha sufrido su olor alguna vez? Las bombas fétidas, o como convertir a unos chavales que iban a pasar la tarde tranquilamente en unos hijos de puta. Eso eran las bombas fétidas, la gracia no estaba en tirarlas, la gracia estaba en tratar de encontrar la aplicación mas cabrona a las mismas.

     Recuerdo muchos días en el colegio tirando bombas fétidas en los pasillos, las aulas, la ropa de los compañeros o cualquier lugar que quisieras volver pestilente. El día que alguien aparecía con bombas fétidas había que mantener un perímetro de seguridad por si las moscas.


     Recuerdo tirar bombas fétidas (varias) en un ascensor y esperar cerca para ver la reacción de la gente al irse a subir o al bajar de los mismos, impagable. Recuerdo que alguien derramo ese liquidillo amarillento sobre un compañero, su posterior cabreo y el círculo alrededor del mismo. Y sobre todo, no se me olvidará, tratar de encensar, una tarde de verano, bombas fétidas por las ventanas de los primeros pisos. Tras varios intentos una coló en un piso de Federico Anaya, la oimos romperse al caer, no me quiero imaginar lo que es tener que soportar ese pestilente olor en un piso en verano, imagino que necesitarían varios días de ventilación.

     No he vuelvo a ver (ni por suerte oler) estos perfumados frasquitos, no se si pasó su época, o directamente dejaron de venderlos. El caso es que en su época dieron para entretener las tardes.

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